Noruega
Foto: Sven Erik Knoff / Visit Norway

La llamada de la naturaleza

Marcada por una naturaleza extrema, Noruega se adaptó a ella hasta incorporarla en su alma. No es extraño, pues, que en sus ciudades rija el binomio urbe y paisaje; o que su cultura, de un modo u otro, emane de ella.

En verano, cuando las noches son eternas, es el momento de los festivales en los parques, de las barbacoas en las playas, de los trekkings por la montaña, o de disfrutar de una terraza. En invierno, tan propicio a la lectura o a una buena película y manta, los noruegos se entregan al esquí de fondo, incluso entre semana cuando ya ha caído la noche porque los senderos están iluminados. Y, por ejemplo, en Pascua incluyen además una novela negra y una naranja, como la tradición Påske-krim manda.

Aunque son matemáticamente todos ricos (el fondo soberano noruego, el mayor del mundo, vela por sus pensiones mediante los ingresos del petróleo), fueron durante siglos verdaderamente pobres. Por eso saben disfrutar de las pequeñas cosas y el sistema promueve el bien máximo para la sociedad, en gran medida a base de cultura.

Noruega

Valle de Romsdalen – Foto: Sverre Hjornevik / Fjord Norway

La infraestructura respeta la naturaleza pero incorpora la mejor arquitectura contemporánea, como muestran las dieciocho Rutas Turísticas Nacionales. País con el mayor número de coche eléctricos per cápita, las ciudades se modernizan pensando en verde: Oslo será la primera capital europea en cerrar su centro urbano a los coches y en Bergen se levantó Treet, el que fue durante un tiempo el mayor edificio del mundo construido en madera.

El diseño de bibliotecas accesibles a todos inculca la lectura. Los museos ofrecen todo tipo de actividades para todas las edades. Los viejos edificios, que parecían condenados a morir, resucitan como centro culturales… Y mientras la cultura reconfigura los espacios públicos, sus habitantes ponen el resto: cada vez más bares, mejores restaurantes, festivales de todo tipo –desde el de música clásica Edvard Grieg en Bergen al nómada Salt, ahora en Oslo, donde cada verano triunfa Øya. Se dice que hay más conciertos en Oslo que en Estocolmo y Copenhague juntos como resultado del talento nacional, pero también del apoyo público a las artes.

Noruega Festival Øya

Festival Øya, Oslo – Foto: Kenneth Spaberg – Foap / Visit Norway

Durante los últimos cinco años, el número de turistas internacionales en Oslo ha crecido en un 35% en gran medida por su oferta cultural, su vibrante vida social y su arquitectura de primer orden. Comenzó reactivando el área industrial del río Aker, que además de epicentro de la vida creativa noruega, catapultó el barrio de Grünerløkka como uno de los más interesantes del norte de Europa. Prosiguió recuperando Tjuvholmen, la antigua isla de los ladrones. Y se ha propuesto mejorar todo el fiordo tras llevar décadas dándole la espalda al mar con un ambicioso proyecto urbanístico, donde la cultura es protagonista: a la ya icónica Ópera –símbolo de la identidad cultural noruega– se unirá el nuevo Museo Munch, del estudio del arquitecto español Juan Herreros, así como la nueva biblioteca pública.

En plena transformación nunca se pierde la perspectiva, es imposible hacerlo. Los fiordos siguen ahí, los picos nevados también, la lluvia se seguirá confundiendo con el agua gris del Atlántico, y las auroras boreales darán paso al sol de medianoche. Imposible ignorar la llamada de la naturaleza.

 


María Fluxá es periodista. Ejerció de jefe de la sección de Viajes del diario El Mundo hasta 2013. Durante cinco años, hasta 2018, vivió en Noruega escribiendo para diversos medios españoles.


Este texto es parte del informe ¿Qué pasa en Noruega?