Suecia – Silence, 1975
En su momento de esplendor, más precisamente en el ecuador de los años 70, era habitual oír hablar de Kebnekaise como «los Pink Floyd suecos». Razones no faltaban: sus interminables sesiones instrumentales tenían mucho que ver con el espíritu de la banda inglesa. No obstante, también es cierto que el sonido del grupo que le debe su nombre a la montaña sueca más alta era tan, pero tan inevitablemente sueco, que la comparación nunca terminó de encajar del todo. Uno de sus secretos fue alimentar su propuesta con la presencia de un violín eléctrico, armónica y percusión africana. En consecuencia, el resultado final solía ser verdaderamente extraño, una excitante mezcla de rock pesado y folk sueco, con alguna pizca de psicodelia americana.
Este texto es parte del informe 120 discos nórdicos indispensables.