El manifiesto Dogma 95 creado por Lars von Trier retiró los envoltorios innecesarios para centrarse en lo esencial: una buena historia y una interpretación potente. Un repaso breve por el surgimiento y el ocaso de una corriente que dio mucho que hablar.
En marzo de 1995, Lars von Trier repartió unas octavillas de llamativo color rojo en un congreso celebrado en París, con ocasión del centenario del nacimiento del arte del cine. En el folleto, escrito por Trier y por su joven colega y también director Thomas Vinterberg, presentaron el manifiesto «Dogma 95» y los diez puntos que conformaban el denominado Voto de Castidad. Al firmar este documento, los flamantes realizadores del Dogma juraban, entre otras cosas, que sus películas debían hacerse en exteriores auténticos, que sólo podía emplearse la cámara al hombro; que toda luz y sonido artificiales quedaban prohibidos y que no se podían hacer películas de género. Además, el nombre del director no tenía que aparecer en los créditos, porque cada filme se consideraría un proyecto colectivo.
Thomas Vinterberg / Lars von Trier
El movimiento Dogma, que además de Trier y Vinterberg contó desde el principio con Søren Kragh-Jacobsen y Kristian Levring, pretendía llegar al meollo, a esa buena historia que, al contrario de lo que sucedía con las películas modernas que se veían habitualmente en los cines, no emplearía otros medios ilusorios más que la vigorosa expresión de los actores. El resultado fue una serie de cintas de gran autenticidad, increíblemente bien dramatizadas, que encontraban la libertad en sus propias limitaciones, además de mostrar que una historia relevante era más importante para el público que la estética racionalizada. La primera película de Dogma fue Festen (Celebración), de Vinterberg, y funcionó como un ejemplo brillante: una tragedia familiar de dimensiones casi griegas, presentada en un marco intensamente realista.
En su momento, era casi obligatorio ser inducido a pensar que Dogma era un movimiento exclusivamente vanguardista; sin embargo, muchas de sus películas se mueven dentro de una corriente dominante y relativamente fácil de entender. Los éxitos de público Italiensk for begyndere (Italiano para principiantes), de Lone Scherfig, y Mifunes sidste sang (Mifune), de Søren Kragh-Jacobsen, fueron comedias románticas y dramáticas con finales felices; también hubo otros que escogieron hacer obras dolorosas y serias como En kærlighedshistorie, de Ole Christian Madsen; Elsker dig for evigt (A corazón abierto), de Susanne Bier y Forbrydelser (In Your Hands), de Anette K. Olesen.
Por supuesto, no es de extrañar que haya sido el propio Lars von Trier quien hizo la película Dogma más controvertida y radical, Idioterne (Los idiotas), en la que las reglas aceptadas se vieron reflejadas tanto en el lenguaje formal como en la historia: un grupo de jóvenes que juegan a ser retrasados mentales. Tampoco cabe la menor duda de que Trier inventó el movimiento Dogma por motivos personales. «El único modo que tenía de hacer una película no manipulada era decir que ésa era una de las reglas del juego», ha declarado a la revista danesa de cine Ekko.
Los principios de Dogma tampoco eran innovadores en sí mismos; tenían, por ejemplo, vínculos innegables con el neorrealismo italiano, con la nouvelle vague francesa, con la obra de John Cassavetes y con el Manifiesto de Oberhausen alemán de los años 60. Trier y compañía escenificaron, no obstante, una asombrosa maniobra publicitaria que combinaba conceptualmente broma y seriedad, que provocó al mundo del cine y que convirtió a aquella ola en el tema de conversación principal en los festivales de Cannes y Berlín.
Pero mientras que los más de doscientos filmes Dogma extranjeros por lo general no alcanzaron un nivel rescatable, los diez hechos en Dinamarca mostraron que Dogma era algo más que marketing sin contenido. El talento cinematográfico, el espíritu de la época y la etiqueta se mezclaron para dar lugar a una unidad superior. Un suceso que proporcionó al cine danés un éxito tan masivo que, desde entonces, mantiene a la escena viviendo en la nostalgia de aquellos buenos tiempos.
Manifiesto Dogma
DOGMA 95 es un colectivo de cineastas fundado en Copenhague en la primavera de 1995.
DOGMA 95 tiene como objetivo puntual combatir determinadas tendencias del cine actual.
¡DOGMA 95 es un acto de sabotaje!
¡1960 fue el colmo! El cine estaba muerto y pedía a gritos su propia resurrección. ¡El fin era justo, pero no así los medios! La nouvelle vague francesa no se atrevía a ser más que un pequeño oleaje destinado a morir en el río convertido en lodo. Al principio, los eslóganes que buscaban el individualismo y la libertad trajeron algunas novedades, pero en el fondo nada cambió. La ola fue tierra fértil para algunos realizadores y voluntariosos de la causa, pero como corriente no fue más fuerte que aquellos que la habían creado. El cine anti-burgués se hizo burgués, básicamente porque había sido fundado sobre teorías que tenían una percepción burguesa del arte. ¡El concepto del autor, nacido del romanticismo burgués, fue entonces una gran mentira! ¡Para el DOGMA 95 el cine no es algo personal! En la actualidad, una avanzada tecnológica está causando furor, y el resultado será una democratización suprema del cine. Por primera vez, a nadie le importarán los nombres de quienes hacen las películas. A medida que los medios se hacen más accesibles, la vanguardia cobra más importancia. La vanguardia tiene lazos con la tecnología, y eso no es algo fortuito. La respuesta es la disciplina… Es necesario ponerles uniformes a nuestras películas porque el cine individualista es, por definición, decadente. Con el objetivo de rebelarse contra el cine individualista, DOGMA 95 presenta un reglamento propio: el voto de castidad.
En 1960, el cine fue maquillado hasta su muerte, por así decirlo. El objetivo principal de los realizadores en decadencia es volver loco al público. ¿Es esto algo de lo que debamos sentirnos orgullosos? ¿Es todo lo que nos han aportado los últimos cien años? ¿Hacen falta ilusiones para mostrar las emociones…? ¿Es necesario desplegar un abanico de artificios escogidos por cada cineasta de un modo individualista?
Es probable que el drama se haya convertido en la obsesión de absolutamente todos. Pero hacer que la intimidad de los personajes justifique un argumento es demasiado complicado, y no es arte verdadero. Porque, en el pasado, ni los filmes artificiales ni las acciones superficiales recibieron atención alguna. El resultado es infructuoso; una ternura ilusoria, un amor fantasioso.
¡Para DOGMA 95 una película no es ninguna ilusión!
Actualmente, una avanzada tecnológica está causando furor: elevemos los cosméticos a Dios.
Con la nueva tecnología, en todo momento es posible enjuagar los últimos restos de verdad en un abrazo letal a las sensaciones.
La ilusión es todo lo que un filme puede esconder.
El voto de castidad
Juro que me someteré a las siguientes reglas, que quedan establecidas y confirmadas por:
1. El rodaje debe realizarse en exteriores. No pueden ser utilizados ni accesorios ni decorados (si algún instrumento puntual es necesario para la historia, es obligatorio escoger entre los que se encuentren en exteriores al momento de rodar la escena).
2. El sonido no debe ser producido aparte de las imágenes y viceversa. (Está prohibido utilizar música, a menos que esté presente dentro de la escena en rodaje).
3. Es obligatorio sostener la cámara con el hombro o con la mano. Está permitido cualquier movimiento –o interrupción– mediante esta técnica.
4. El filme debe ser en color. La luz artificial no está aceptada. (Si la iluminación es insuficiente, será
necesario cortar la escena o bien colocar una única luz sobre la cámara).
5. Están prohibidos tanto los trucajes como los filtros.
6. No está permitido que la película contenga ninguna acción superficial. (Ni muertos, ni armas, etc., en
ningún caso).
7. Están prohibidas tanto las modificaciones de tiempo como las geográficas. (O sea, la película es aquí y ahora).
8. Los filmes de género no son válidos.
9. El único formato aceptado es 35 mm.
10. El director no puede figurar en los créditos.
¡Además, juro que como director abandonaré todo gusto personal! Ya no soy un artista. Prometo abstenerme de intentar hacer una obra, ya que considero que un momento específico es más importante que el todo.
Mi objetivo final será lograr que de mis personajes y de la acción sólo brote verdad. Juro conseguir esto por todos los medios posibles, a expensas del buen gusto y de toda clase de consideraciones estéticas.
De este modo enuncio mi voto de castidad.
Copenhague, Lunes 12 de marzo de 1995
En nombre de Dogma 95,
Firmado: Lars von Trier y Thomas Vinterberg
Jacob Ludvigsen es periodista especializado en cine. Escribió en la revista danesa Ekko.
Este texto es parte del informe ¿Qué pasa en Dinamarca?