Un buen día, Björk, la reina de la electrónica islandesa decidió bajar el tono y cambiar su postura frente al mundo: menos gritos y protestas, más investigación y esperanza. Eso sí, lo hizo a su modo, siempre revolucionario. Porque su nuevo trabajo es mucho más que música de alto vuelo: aplicaciones creadas por ella misma con el fin de ser usadas pedagógicamente completan la irresistible oferta. A cargarlo en el ipad y disfrutarlo.
Uno podría escuchar Biophilia durante días enteros, después abrir las aplicaciones, luego estudiar los aspectos pedagógicos del proyecto. En cualquiera de los casos, la pregunta siempre es la misma: ¿de qué se trata todo eso? ¿Qué es lo que intentas comunicar con este disco y su extraño formato?
La forma más sencilla que encontré de explicarlo es hablando de una plataforma tecnológica que dominó todo el proceso del disco: la pantalla táctil. Nunca estoy del todo segura acerca de lo que estoy haciendo hasta que lo termino. Usé muchas touchscreens en la gira de mi disco anterior, Volta, y para este proyecto decidí utilizarlas directamente en la escritura de la música. En un momento pensé: «¿seré capaz de escribir música en un aparato semejante?». Eso me llevó a analizar mucho más las estructuras de mis canciones, y el hecho de «verlas» en la pantalla me remontó a mis tiempos de estudiante de música y a todo aquello que me gustaba y no de la educación. Mi proceso mental con Biophilia fue ese.
Esto que cuentas demuestra hasta qué punto está cambiando el modo en que interactuamos con la tecnología…
Exacto, es la idea predominante del proyecto. En mi caso, estos nuevos ordenadores son muy útiles para ver en una pantalla cuales son, en realidad, mis maneras de pensar la música. No hace falta aclarar que nunca fui una cantautora que escribe sus canciones en un piano o una guitarra acústica. Pensaba: «si estuviera haciendo mi propia versión de una guitarra acústica para escribir una canción como un autor de folk, ¿dónde pondría esto y aquello en mi pantalla táctil?». Está bien estudiar música, la teoría y todo lo demás, pero lo cierto es que si no conseguimos visualizar lo que hacemos nunca podremos manejar del todo las emociones que ponemos en esto. El secreto es aprender a administrar las estructuras. Es lo que intenté hacer, aunque con una herramienta nueva
¿Cómo se relaciona esto con los aspectos estrictamente educativos?
Es sencillo. Yo admiro mucho, muchísimo, a los chicos que invierten quince años de su vida estudiando un instrumento para ingresar en la Sinfónica. Disfruto luego cuando los veo, porque esa clase de erudición me parece muy estimulante. Pero entiendo que también hay otras formas de hacer música, sobre todo para los chicos que crecieron con los ordenadores. Con estas pantallas, hacer música se convierte en un ejercicio muy similar a pintar o dibujar: manejas los sonidos con tus dedos, como si fueran colores. Y no necesitas saber música para hacerlo, alcanza con estar atento a tus emociones y dejarte llevar. Y eso, para mí, es muy importante. No pretendo ser maestro de nadie, pero me interesó la idea de enseñar a usar esta herramienta para que cualquiera pueda intentarlo, como lo hice yo misma.
«Entre mis amigos ya es un chiste habitual imaginarme enseñando a tocar la flauta en alguna escuela de un pueblito de Islandia, lejos de todo. Es mi plan para mi retiro»
En un clip que reproduce el primer evento relacionado a Biophilia, en Manchester, puede verse a muchos chicos jugando con las aplicaciones que creaste. ¿Creés que tu objetivo principal fue inventar el instrumento que siempre quisiste tener?
Algo de eso hay, sí. Creo que mi idea fue inventar aquello que me hubiera gustado tener en la escuela de música. Un instrumento lo suficientemente intuitivo como para permitirle a cualquiera hacer música sin necesidad de estudiar años y años. Mi experiencia era la siguiente: miles de veces me pasó de ir caminando por la calle y que de pronto se me ocurran ritmos y melodías. ¿Debería dejar pasar esas creaciones por el simple hecho de no saber música? El ritmo siempre fue clave para mí. Con esta nueva forma de escribir música con el dedo, es suficiente con llevar encima el aparato para plasmar esa ideas, como si fuera un dibujo, sin reglas ni intelectualización alguna.
En los años 90, tu rol fue muy importante para lo que se llamó la «revolución electrónica», además de haber introducido el electro en Islandia. Hoy pareces más interesada en la pedagogía, por así decirlo, y en acercarle a la gente diversas técnicas e ideas. ¿Te sentís una especie de misionaria?
¡Bueno! (Risas) ¡Soy una maestra de música frustrada! Eso seguro. Amo la divulgación y siempre fui muy curiosa, desde chica me podía quedar horas enteras escuchando a la gente hablar, un poco para aprender y otro poco para transmitir luego lo que aprendía. Hablo en serio cuando digo que siempre me percibí como una maestra de música, lo que pasa es que apenas pude reaccionar cuando me vi inmersa en el mundo de la música pop, una cosa fue llevando a la otra y debo admitir que disfruté mucho de mi estatus. Entre mis amigos ya es un chiste habitual imaginarme enseñando a tocar la flauta en alguna escuela de un pueblito de Islandia, lejos de todo. Es mi plan para mi retiro. Por otra parte, no podría adjudicarme eso de «haber introducido el electro en Islandia» porque por entonces había mucha otra gente trabajando, y muy bien, en lo mismo. Siempre traté de aportar lo mío para que mi país estuviera en la consideración mundial, y mi temprana posición en el mundo del pop me otorgó las oportunidades para hacerlo.
Más allá de todos sus aspecto técnicos y pedagógicos, incluso a través de sus aplicaciones, la música de Biophilia sugiere un optimismo y una humanidad que uno no espera encontrar en un álbum de música electrónica, sobre todo si fue creado únicamente mediante herramientas digitales.
Siempre me llamó la atención la tendencia de la gente a olvidar que la tecnología es algo creado por seres humanos. Una simple herramienta como cualquier otra, igual que una guitarra o un piano. Puedes usarla para buenos propósitos y también para los malos. El problema siempre fue que, en términos musicales, la industria se mostró en contra de los modos en los que la nueva tecnología fue usada o implementada, en lugar de comprender que es algo que la gente utiliza para hacer música o para escucharla. No estoy segura de que esta clase de contradicciones afecten a otras disciplinas, por lo que no entiendo cómo puede seguir siendo tema de debate en algo tan instintivo y simple como la música.
Un disco tuyo siempre ofrece determinadas garantías de calidad, digamos, y el rasgo principal de Biophilia es que las canciones no contienen ninguna clase de confrontación: trasmiten paz. ¿Crees que el factor unificador de este trabajo no es tanto la música como sí una búsqueda muy específica que intenta acercar los instintos a la tecnología?
En realidad, mi objetivo fue… ¡Volver a la escuela! En serio. Un poco como alumna, otro poco como maestra. A lo largo del proceso de Biophilia conocí a muchos científicos, leí decenas de libros y vi muchísimos documentales. Esa búsqueda disparó en mí tantas respuestas como nuevos interrogantes, ideas y teorías. Fue un proceso interesante, y es muy cierto que mi humor es muy distinto al de mis trabajos anteriores, especialmente Volta. Decidí dejar de gritarle al mundo todo lo que no me gustaba para concentrarme en buscar soluciones, investigar en los nuevos métodos para hacer cosas y presentárselos a todos.
Biophilia está editado por Universal.