La danesa Agnes Obel irrumpió con sedosa violencia en el «international show business» hace tres años. Ahora se descuelga con este álbum élfico que invita a pasear en la espesura del bosque con el amparo de un hada buena.
Qué: Disco (Pias)
Dinamarca es a la música polisensorial lo que Granada al indie pop o Buenos Aires al rock stoniano: una fábrica inagotable de talentos. El penúltimo surgido de la península escandinava es la simpar Agnes Obel, magnífica intérprete y compositora cocinada a fuego lento desde la más tierna infancia por las partituras de Bela Bartok, Frederic Chopin, Debussy, PJ Harvey y el sueco Jan Johansson; saca del piano el alma negada a las materias inertes, canta como los ángeles y maneja el timón productor con guantes de terciopelo.
En 2010 sacudió su país natal con Philarmonics, un debut que alcanzó allá el doble platino y le valió la reverencia generalizada del colectivo europeo de música culta: John Cale firmaba además el único tema no compuesto por Obel. Ahora, y después de colaborar con el mismísimo Ludovico Einaudi hace tres semanas en el festival iTunes de Londres, está ya enfocada en la promoción de su nuevo álbum. Aventine contiene gemas como Fuel To Fire, Dorian o la sublime The Curse, un ejemplo casi pictórico de melancolía hecha música.