Un año después de la publicación de un álbum con poemas de Gustaf Fröding y contra todo pronóstico, el dúo sueco abandona las guitarras para entregarse sin más al pop sintético y bailable. Un cambio radical que muestra otra faceta de una de las joyas de la Suecia de hoy.
Qué: Disco (Universal)
Lo dice Gustaf Norén, una de las mitades de Mando Diao, como para dejarlo en claro: «no existe ningún sonido Mando Diao. Siempre estamos evolucionando y nuestro sonido evoluciona con nosotros. Ninguno de nuestros trabajos sonaba igual que el anterior y este no es una excepción. Siempre estamos buscando nuevas dimensiones y ya hemos encontrado una nueva con Aelita». Es su manera de adelantarse a los seguros reproches que recibirá el dúo sueco tras la salida de un nuevo álbum que no se parece en nada, pero en nada, a aquello que lo consagró en los últimos años.
Porque aquí no hay nada de guitarras, menos todavía de rock ni de ese espíritu absorbido de los años sesenta que parecía ser su marca de origen. Mando Diao ha surfeado dos décadas para plantarse, con mucha firmeza, en el sonido de los años ochenta, es decir, sintetizadores, voces graves, coros femeninos y ritmos digitales, toda una novedad para su discografía. La buena noticia es que el cambio le sienta de maravilla: canciones como Lonely Driver, Sweet Wet Dreams (un enorme himno bailable) y Money Doesn’t Makes You A Man ponen a prueba su escritura para confirmar a la pareja como una usina creativa todoterreno. A acostumbrarse y disfrutarlo, que merece la pena.